La inteligencia emocional se define como el conjunto de competencias que le permiten a una persona relacionarse consigo misma y con otros individuos mediante el manejo de sus emociones.
En general, se trata de competencias que son desarrolladas durante la adolescencia, la etapa de la vida en la que cada ser humano descubre su propia identidad; como consecuencia, la posibilidad de que las herramientas que se adquieren en esta etapa permanezcan como aprendizajes para la vida adulta es muy grande.
Tomando en cuenta que la niñez sirve como una etapa en la que las personas descubren sus propios límites, en la adolescencia llega el momento de desafiarlos y superarlos porque, por razones de edad y evolución personal, se da un proceso de independencia y separación de la familia. Incluir en este momento la formación relacionada con la inteligencia emocional brinda un desarrollo saludable.
Trabajar en su inteligencia emocional permite a los jóvenes manejarse en diferentes situaciones:
Para John D. Mayer y Peter Salovey, psicólogos que estudiaron a fondo la inteligencia emocional, hay cuatro ramas en las cuales se desarrolla progresivamente la habilidad de controlar las emociones:
La percepción, identificación y expresión de las emociones permite que detectemos por qué algunas actitudes y estados de ánimo nos afectan de una forma determinada; parte de la percepción es la capacidad de expresar las emociones adecuadamente y saber cuándo son reales o no.
En el área de la percepción emocional entra la identificación de emociones básicas, mediante signos faciales como la sonrisa, que señala alegría; la tristeza, que se manifiesta con miradas bajas y la posición diagonal de las cejas; el miedo, por los ojos muy abiertos y la boca entreabierta; el asco, que se distingue por los ojos entreabiertos y la elevación del labio superior; la ira, en la que los labios se tensan y la mirada es fija, y la sorpresa, que se caracteriza por las cejas arqueadas y los ojos abiertos.
Cuando sentimos una emoción, esta queda registrada en el cerebro y se integra al sistema cognitivo de cada uno. Con base en lo que experimentamos, cada emoción queda anclada a diferentes pensamientos y estos adquieren prioridad ante otros. Por esto, cuando experimentamos alegría vinculamos esta emoción con el optimismo y esa actitud ante la vida predomina en determinados momentos. En el caso contrario, cuando nos sentimos tristes somos más propensos a tener pensamientos negativos.
Comprender las emociones implica analizar los sentimientos propios y de otras personas, lo que nos permite establecer relaciones con base en la comprensión y empatía por medio de la comprensión del “contenido” del mensaje y el “contexto” en el que se produce. Llegar a este punto supone tener la capacidad de interpretar las emociones propias y ponerse en el lugar del otro para analizar qué siente para así discriminar y filtrar información.
El estado más avanzado de la inteligencia emocional exige la capacidad de gestionar lo que sentimos y lo que podemos analizar con base en ello; es una habilidad que permite distanciarse del efecto que tienen las emociones negativas y atraer los sentimientos positivos para utilizarlos a favor en los contextos en los que sea necesario.
Cuando hacemos referencia específica a adolescentes que aún desarrollan su control de las emociones, sobresalen algunos aspectos:
En Colegio Pedregal Guadalajara impulsamos la formación integral de los alumnos en todos los niveles escolares con los que contamos, desde maternal hasta preparatoria, cuando son adolescentes, para que puedan desarrollar cada una de las habilidades necesarias de cara a su vida adulta.